Si para no sentirte
tuviera que volver a nacer,
procuraría no pedirte fuego
como aquella primera vez.
Porque fue ese fuego
que además de arder,
ha incendiado mis veranos,
inundándome de cenizas
que no resurgen entre mis manos,
y me ha calado de quemaduras
que cada septiembre reabren las roturas,
que no sangran, pero supuran
en despedidas agridulces
del veraneante que se va.
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